El
nitrógeno (N) es un elemento esencial para el crecimiento de las plantas.
Durante el siglo XIX, el guano, que resulta de la acumulación masiva de
excrementos de murciélagos y aves marinas, jugó un papel fundamental en el
desarrollo de la agricultura debido a su alto contenido en nitrógeno. Hasta
principios del siglo XX solo se podía encontrar guano en grandes cantidades en
depósitos naturales de Sudamérica.
En
vísperas de la Primera Guerra Mundial hubo una preocupación creciente respecto
al agotamiento de guano o al posible bloqueo comercial que pudiera sufrir
Alemania y que mermaran las cosechas del país y, por lo tanto, no habría
suficiente comida para alimentar a una población cada vez más grande. Sin duda,
Alemania era líder mundial indiscutible en las incipientes industrias químicas
y farmacéuticas, por lo que no fue casualidad que un científico alemán
desarrollara un método alternativo para fabricar fertilizantes.
Una
fuente inagotable de nitrógeno la tenemos a nuestro alrededor: el aire que
respiramos, la atmósfera de la Tierra, está compuesto por un 78% de nitrógeno.
El problema estaba en que este nitrógeno está en forma diatómica (N2)
y es muy estable, es decir, no reacciona con nada, no hay manera de sacarlo del
aire en condiciones normales.
En
1909, el químico Fritz Haber descubrió la manera de “fijar” el nitrógeno
atmosférico usando grandes cantidades de energía bajo presiones muy altas.
Elevando la presión a unas 200 atmósferas, la temperatura a 450 ºC y usando
hierro como catalizador, Haber fue capaz de desencadenar una reacción en la que
una molécula de nitrógeno atmosférico (N2) se disociara y se
recombinara con tres moléculas de hidrógeno atmosférico (H2) para
formar dos moléculas de amoníaco (NH3). Posteriormente, el amoniaco
se puede convertir otros compuestos nitrogenados para su uso como fertilizantes.
El
proceso de Haber ―más tarde Haber-Bosch, gracias a la industrialización por
parte de su cuñado Carl Bosch― supuso una revolución para la agricultura
mundial. Es probablemente la innovación tecnológica más importante del siglo XX
y por ello concedieron el Nobel de Química a Haber ―en 1918― y a Bosch ―en
1931―. Desde entonces esta simple reacción sostiene la base alimenticia de la
mitad de la población del mundo:
N2 (g) + 3 H2
(g) 2 NH3 (g)
La
carrera de Haber florecía de tal forma que al estallido de la I Guerra Mundial,
el ejército alemán solicitó su ayuda para el desarrollo de la sustitución de
explosivos por proyectiles con gases venenosos. Por ellos es conocido como el
padre de la guerra química.
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A
diferencia de su amigo Albert Einstein, Haber se consideraba un patriota
alemán, y de buena gana se convirtió en consultor del Ministerio de Guerra
alemán. El primero sostenía que «Somos científicos, no proveedores de muerte y
destrucción», mientras que el segundo replicaba con un «En tiempos de paz el
científico pertenece al mundo, pero en tiempos de guerra pertenece a su patria.»
Durante
la I Guerra Mundial, Haber comenzó a diseñar experimentos que derivarían en el
uso de cloro gaseoso (Cl2) como arma. Las derrotas en la primera línea
endurecieron la determinación de Haber para usar armas de gas, a pesar de los
acuerdos del Convenio de La Haya que prohibían los agentes químicos en la
batalla.
En
1914, como director del Instituto de Química-Física Kaiser Guillermo, Haber
colocó su laboratorio al servicio del gobierno alemán, y en abril de 1915, no
dudó en ir uniformado al frente en Ypres y esperar los vientos favorables para
el lanzamiento de los proyectiles. Los alemanes liberaron más de 168 toneladas
de gas cloro al amanecer del 22 de abril y una nube amarillenta alcanzó las
trincheras francesas, provocando la muerte por asfixia a más de 5.000 soldados
en pocos minutos.
Mientras
discurre el capítulo ―y la guerra―, Einstein sigue intentando completar su
Teoría de la Relatividad General. En su camino se interpone el famoso
matemático David Hilbert y se enzarzan en una competición para ver quién llega
primero.
Una
vez acabada la contienda, Einstein ―el actor Johnny Flynn deja ya paso a
Geoffrey Rush― tiene de nuevo una oportunidad para demostrar su teoría. El
astrofísico británico Arthur Eddington se dispone a fotografiar en Isla de
Príncipe ―frente a las costas de Guinea Ecuatorial― un eclipse solar. Las
observaciones de Eddington confirmaron que la gravedad curva la luz y por lo
tanto la Teoría de la Relatividad General. Se tomaron como definitivas para
afirmar que «La mayor generalización científica del mundo, las leyes de Sir
Isaac Newton, han recibido la primera gran modificación en más de dos siglos […]
uno de los logros más resplandecientes de la mente humana».
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Incluso
demostrada la Teoría de la Relatividad General, Philipp Lenard la toma como «conjeturas
filosóficas envueltas en ecuaciones» y como miembro del comité de selección del
Nobel, hace campaña en contra de Einstein. Finalmente y de forma tardía, aunque
merecida, el Premio Nobel de Física de 1918 fue a parar a Max Planck. La
disputa entre Lenard y Einstein no hizo más que empezar, algo que llevó al
primero a imbuirse de pleno en la ideología nazi.
FUENTES
·Acín, A. y Acín, E. (2016). Persiguiendo a Einstein. Materia. Descubrir la ciencia.
·Blanco Laserna, D. (2012). Einstein. El espacio es una cuestión de tiempo. National Geographic.
·Gil-Muñoz, J. (2015). Entre el genio y el genocidio. Journal of Radical Barbatilo, 2, 6-8.
·Primera Guerra Mundial. La Sociedad de Naciones (2005). En Historia Universal (Las Guerras Mundiales, 214-261). España: El País, Salvat.
·Gil-Muñoz, J. (2015). Entre el genio y el genocidio. Journal of Radical Barbatilo, 2, 6-8.
·Primera Guerra Mundial. La Sociedad de Naciones (2005). En Historia Universal (Las Guerras Mundiales, 214-261). España: El País, Salvat.
*Esta entrada forma parte del especial "Una revisión de Genius: Einstein".
*Todas las imágenes de la serie son extraídas de http://channel.nationalgeographic.com/genius.
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