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Las recompensas científicas antes de los Nobel



Los Premios Nobel apenas tienen 118 años de edad, pero las recompensas por los logros científicos ya existían mucho tiempo antes. Ya en el siglo XVII, en los orígenes de la ciencia experimental moderna, los primeros científicos se dieron cuenta de la necesidad de algún sistema de reconocimiento y recompensa que proporcionara incentivos para los avances conseguidos.


Antes de los premios, lo que reinaba en el mundo de la ciencia eran los regalos. Los primeros astrónomos, filósofos, médicos, ingenieros y alquimistas ofrecían sus logros, descubrimientos, invenciones y obras literarias o artísticas como regalos a los patrones más poderosos y a la realeza, acompañados de cartas con extravagantes dedicatorias. Muchos de estos científicos trabajaban fuera del mundo académico que, más allá de la Iglesia Católica, carecía de grandes proveedores o fondos institucionales como hoy en día. Los regalos, por tanto, eran un medio de apoyo crucial, aunque a veces llegaran con muchas condiciones.

Con el tiempo, los diferentes tipos de incentivos, incluyendo ya premios y galardones, así como nuevos puestos académicos a sueldo, se hicieron más comunes y el favor de los patrones ricos disminuyó en importancia. Pero en pleno apogeo del Renacimiento, los científicos se basaban en los regalos de los poderosos para sentirse compensados y dar publicidad a sus esfuerzos.

Con muchos de los cortesanos compitiendo por la atención de un patrón, los regalos debían ser presentados con drama y estilo. Galileo Galilei (1564-1642) presentó sus recientemente descubiertas lunas de Júpiter a los Médici como “un regalo de fuera de este mundo”. A cambio, Cosme II, que había sido alumno suyo, ennobleció de alguna manera a Galileo con el título y el puesto de matemático y filósofo de la corte.


Galileo enseña a Cosme II de Medici cómo usar el telescopio (gabrielevanin.it).

Si un regalo tenía éxito, como fue en el caso de Galileo, el donador tendría la suerte de recibir otro regalo a cambio. Los científicos, sin embargo, no podían predecir qué camino tomaría su gesto, ya que a veces podrían encontrarse en la tesitura de no poder rechazar una oferta. Tycho Brahe (1546-1601), por ejemplo, el gran astrónomo danés del Renacimiento, recibió de todo: desde dinero en efectivo hasta secretos químicos, pasando por animales exóticos y hasta islas a cambio de sus descubrimientos. Los patrones a menudo otorgaban medallas de oro con su propio retrato, forma que aún sobrevive en la medalla del Premio Nobel hoy en día.

A principios del siglo XVII, los promotores científicos empezaron a darse cuenta de que la entrega de regalos ya no se adaptaba bien al fomento de la ciencia experimental, que requería un esfuerzo mayor. Sir Francis Bacon (1561 – 1626), Lord Canciller inglés y un refuerzo muy influyente de la ciencia experimental, vio la necesidad de mejores sistemas de incentivos en la ciencia y sugirió ingeniosas maneras para avanzar en el descubrimiento estimulando el hambre humana por la gloria científica. Una de ellas, aunque no llegó a hacerse realidad, consistía en construir una hilera de estatuas de grandes científicos del pasado frente a otra con pedestales vacíos en los que los investigadores del momento pudieran imaginar sus propios bustos.


Estatua de Francis Bacon en Londres (viewpictures.co.uk).

El cambio de la entrega de regalos a la entrega de premios transforma las reglas del juego. Los primeros de estos premios aparecieron a principios del siglo XVIII: en Francia, la Académie des sciences introdujo concursos anuales para animar a los científicos a encontrar soluciones a problemas de astronomía y navegación; mientras que en Gran Bretaña, la Royal Society decidió utilizar sus fondos para la entrega de la  medalla Copley para premiar a científicos por “sus logros sobresalientes en la investigación de cualquier rama de la ciencia”, alternando cada año entre ciencias físicas y biológicas. La diferencia entre ambos premios se encontraba en que el premio francés era para proporcionar incentivos para trabajos científicos novedosos y el británico, como recompensa por logros científicos pasados.

A principios del siglo XIX, la Académie des sciences había desarrollado un elaborado sistema de premios, mucho más elaborado que sus homólogos ingleses u otros grupos honoríficos, pero no fue hasta finales de la centuria cuando empezaron a darse premios monetarios verdaderamente sustanciales. Los más importantes otorgados por la Académie fueron Les Prix LeConte (Los Premios LeConte), con un saldo de 50.000 francos, aproximadamente cinco veces el salario de un profesor en el París de la época. El premio más rico otorgado entonces por la Royal Society, la Medalla Darwin, consistía en una medalla de plata y 100 libras esterlinas, el equivalente a unos 2.500 francos o alrededor de una cuarta parte del sueldo profesoral. Claramente, los franceses creían más necesario apoyar los nuevos avances.


La primera medalla Darwin se entregó en 1890 al biólogo y naturalista Alfred Russel Wallace (wallacefund.info).

Ya con la llegada del siglo XX y el establecimiento de los premios Nobel, la escala de los premios monetarios dedicados a logros científicos cambió drásticamente. Tanto que han llegado a ocupar un lugar único en la mente pública, así como en el sistema de recompensas de la ciencia. Continúan siendo los más ricos de entre los premios científicos, pero lo que los distingue de los demás es su inmenso prestigio.

La lucha por la financiación todavía hoy es una parte importante y necesaria para avanzar en la ciencia. A lo mejor habría que volver a presentar las innovaciones científicas de rodillas y hacer un poco de teatro para que los que manejan nuestros hilos se diviertan un poco y así por lo menos abran los ojos.




Por Jesús @JGilMunoz 



FUENTES
  • Zuckerman, H. The proliferation of prizes: Nobel complements and Nobel surrogates in the reward system of science. Theoretical Medicine. June 1992, Volume 13, Issue 2, pp 217–231.
  • Biagoli, M. Galileo, Courtier. The practise of science in the culture of absolutism. Science and Its Conceptual Foundations series, 1993.
  • Keller, V. Knowledge and the public interest, 1575–1725. Cambridge University Press, 2015.



PARA MÁS INFORMACIÓN...

- Este post participa en la LX Edición del Carnaval de la Química, alojado en el blog Pantomaka.

- La imagen de portada es un montaje propio simulando una vieja estantería con diferentes premios científicos.

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