La historia de
los reyes magos es uno de los relatos más enigmáticos del cristianismo.
Presentada en el Evangelio de Mateo, narra cómo unos sabios provenientes de
Oriente siguieron una estrella hasta llegar a Belén, donde ofrecieron regalos
al recién nacido Jesús. Sin embargo, detrás de esta escena profundamente
arraigada en la cultura occidental se esconde una historia más compleja.
¿Quiénes eran realmente los reyes magos? ¿Qué relación tenían con la ciencia de
su época? Y, quizás lo más intrigante, ¿qué fue la estrella de Belén?
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La primera
mención de los reyes magos aparece exclusivamente en el Evangelio de Mateo (2:1-12).
Aquí no se les llama "reyes", sino "magos". En el contexto
histórico del siglo I d.C., los magos eran eruditos que combinaban
conocimientos astronómicos con interpretaciones religiosas.
Es posible que
los magos mencionados en la narración evangélica fueran miembros de una
tradición similar, entrenados en la observación meticulosa del cielo nocturno y
en la interpretación de su significado espiritual. Muchos estudiosos sostienen
que los magos pudieron haber sido sacerdotes vinculados al zoroastrismo, la
religión dominante en Persia. En un tiempo donde la frontera entre ciencia y
religión era prácticamente inexistente, poseían amplios conocimientos sobre los
cielos a través de observaciones astronómicas e interpretaciones astrológicas. Existen
registros que muestran que en Persia y Babilonia existían academias dedicadas
al estudio de los astros, como la célebre escuela de astronomía de Sippar. Los
sacerdotes zoroastrianos interpretaban los fenómenos celestes como mensajes
divinos y estaban atentos a eventos astronómicos poco habituales que pudieran
señalar acontecimientos trascendentales.
La imagen
tradicional de los magos como tres reyes montados en camellos, ataviados con ornamentadas
túnicas, es en gran medida el resultado de la evolución del relato a lo largo
de los siglos. El Evangelio de Mateo no menciona ni siquiera el número de magos,
de hecho, la idea de que eran tres surge mucho después. Posiblemente la asociación
con tres regalos (oro, incienso y mirra) llevó a la idea de que eran tres
personas. En cuanto a los nombres tradicionales (Melchor, Gaspar y Baltasar),
tampoco aparecen en la Biblia; estas identidades se les asignaron entre los
siglos VI y IX, probablemente para simbolizar a las tres razas conocidas en la
época (europea, asiática y africana), enfatizando la universalidad del mensaje
cristiano.
Uno de los
aspectos más intrigantes del relato es la estrella que guió a los magos hasta
Belén. La llamada estrella de Belén ha sido objeto de especulación durante
siglos, tanto por parte de teólogos como de astrónomos. En la antigüedad,
cualquier fenómeno celeste inusual, como una nova, un cometa o una conjunción
planetaria, podía ser interpretado como un presagio divino. En este sentido,
varios estudios han intentado identificar un evento astronómico real que
pudiera corresponderse con la estrella mencionada en el Evangelio. Una de las
teorías más aceptadas es que los magos pudieron haber observado una conjunción
planetaria particularmente brillante. En el año 7 a.C., Júpiter y Saturno se
alinearon tres veces en la constelación de Piscis, un evento extremadamente
raro que pudo haber llamado la atención de los astrónomos de la época. En la
astrología babilónica, Júpiter representaba la realeza, Saturno era el
protector de los judíos y Piscis estaba asociado con Israel. Esta combinación
habría sido interpretada como el anuncio del nacimiento de un gran rey en
Judea.
Otra hipótesis
sugiere que la estrella de Belén pudo haber sido un cometa. Aunque el famoso
cometa Halley pasó cerca de la Tierra en el año 12 a.C., no coincide con la
cronología generalmente aceptada del nacimiento de Jesús. Sin embargo, se han
registrado otros cometas visibles en torno al año 5 a.C., que podrían haber
inspirado el relato. También se ha propuesto la posibilidad de que se tratara
de una nova o supernova, es decir, la explosión de una estrella que habría
brillado intensamente durante semanas o meses. Aunque no existen registros
claros de un evento de este tipo en la región durante ese periodo, en el Libro
de Hanshu se menciona una estrella invitada visible en el cielo alrededor
del año 5 a.C., lo que podría coincidir con la estrella de Belén.
Más allá de las explicaciones astronómicas, es importante considerar el simbolismo de la estrella en el contexto del relato. En la narrativa evangélica, la estrella no solo es una guía física, sino también espiritual. Representa la conexión entre el cielo y la Tierra, entre lo divino y lo humano. En muchas culturas antiguas, las estrellas eran vistas como moradas de los dioses o como portadoras de mensajes celestiales. En este sentido, la estrella de Belén cumple una función teológica, señalando que el nacimiento de Jesús no es un evento ordinario, sino un acontecimiento cósmico que afecta a toda la creación.
En última
instancia, la historia de los reyes magos y la estrella de Belén ilustra cómo
las culturas antiguas fusionaban astronomía, astrología y religión para dar
sentido a los fenómenos celestes. Estos relatos, aunque enmarcados en un
contexto simbólico, reflejan un intento temprano de comprender el universo a
través de la observación sistemática del cielo. Hoy, la ciencia moderna nos
permite analizar estos mismos eventos con una precisión impensable en la
antigüedad, reconstruyendo fenómenos astronómicos pasados y comprendiendo su
impacto en las sociedades humanas.
La búsqueda de los magos, aunque basada en las creencias y herramientas de su tiempo, representa un hito en la historia del pensamiento humano: el esfuerzo por encontrar explicaciones en las estrellas y descifrar el mensaje del cosmos, un objetivo que sigue siendo fundamental en nuestra exploración científica del universo.
BIBLIOGRAFÍA
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