—[...] Su absurda idea de curar la locura... —hizo una pausa para dirigirme una sonrisa conciliadora a la que no respondí—. Estas criaturas —y movió el brazo como si pudiera estrechar con él a todos los enfermos que nos rodeaban— también son hijos de Dios, seguramente los más amados. El Señor los ha hecho así, ha querido que formen parte de su obra. Verdaderamente, es preocupante que estemos aspirando a corregir el plan divino.
—No lo creo —y me llegó el momento de sonreír—. Si Dios es el creador de todas las cosas, habrá creado también la tabla periódica de los elementos. La clorpromazina es sólo química y, por tanto, obra de Dios.
No creí haber dicho nada inapropiado. No había levantado la voz, no había empleado ningún término ofensivo, me había limitado a expresar una opinión que me parecía cargada de sentido común, pero Robles se puso blanco al oírme.
—Perdónele, padre —y humilló la cabeza al interceder a mi favor—. Él viene del extranjero, no...
—Nada, nada —Armenteros levantó la mano derecha en el aire como si pretendiera bendecirle y nos sonrió por turnos, primero a él, luego a mí—. Es usted muy insolente, joven, pero ese es el defecto de todos los científicos, ¿no? De lo contrario, nadie habría inventado la penicilina— aquel estúpido comentario cosechó un incomprensible coro de carcajadas al que no me sumé, aunque sonreí como si me hubiera hecho gracia—. Téngame al tanto de sus progresos, por favor —eso ya no me lo dijo a mí, sino a mi jefe.
Y sin embargo, a pesar de la tensión casi eléctrica que se acumuló sobre mi cabeza como si estuviera a punto de estallar una tormenta destinada en exclusiva a generar un rayo capaz de fulminarme, lo que más me conmovió de aquella tarde fue que, después de dos meses de silencio, Vicente Roque Fernández Reinés habló conmigo por primera vez.
—Y a ti... —me dijo mientras íbamos al encuentro de nuestro taxi, atreviéndose a formular la pregunta que había quemado la lengua de Eduardo Méndez tantas veces—. ¿Cómo coño se te ha ocurrido volver, si lo que estamos deseando todos es largarnos de aquí?
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