Goya, “Que viene el Coco”, 1797 |
Durante el siglo XVI alcanza su apogeo la monarquía española. Era una época en la que el astro rey nunca dejaba de verter sus rayos sobre los territorios dominados por la saga de los Habsburgo. Dueño de buena parte de Italia, con Cerdeña, Nápoles y el Milanesado; del Franco Condado, Artois, Flandes y los Países Bajos; de buena parte de la América del Norte, de toda la del Centro y de casi toda la del Sur, era lógico que 'Cuando España se movía, la Tierra temblaba'. Fue una etapa de esplendor sólo sobre el mapa. Otra cosa no, pero enemigos nunca le faltaron al Imperio Español.
Especialmente convulsa fue Flandes, una pesada losa para el Imperio. Las prácticas de absolutismo político e intolerancia religiosa llevaron a los calvinistas a rebelarse e iniciar una guerra interminable contra la corona española. Felipe II, entonces, decidió enviar a Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, el III Duque de Alba. Era el mejor general de su época, numerosos hazañas militares le avalaban. El Turco, el Moro o Portugal temblaron a su paso. Era el turno de las huestes Luteranas.
Para castigar a los culpables de los desórdenes provocados, Álvarez de Toledo instauró el llamado Tribunal de los Tumultos, el Tribunal de la Sangre para los holandeses. Juzgó a los sublevados con máximo rigor y confiscó propiedades a miles de personas. Subió los tributos a los flamencos para mantener a los Tercios allí destacados y reprimió con dureza la rebelión, donde la brutalidad y el salvajismo se desplegaron en su máxima expresión, dejando tras de sí una estela de masacres.
Esta falta de tacto del Duque de Alba dejó en Flandes un recuerdo de terror. Aún hoy, en los Países Bajos, cuando los niños se portan mal, las madres, como si de 'el coco' se tratara, los asustan diciéndoles... ¡Qué viene el Duque de Alba!
By @JGilMunoz
By @JGilMunoz
Es verdad que en esa época no era oro todo lo que relucía. Sin embargo sí fue ese oro que nos trajimos del Nuevo Mundo en parte nuestra perdición colonial. A la ineptitud de nuestros gobernantes se unía la arrogancia, el fanatismo y las ansias de poder de la Iglesia Católica. Y todo para qué me pregunto, sólo conseguimos que miles y miles de personas sufrieran y que con el tiempo a uno de nuestros más ilustres, y sanguinarios, militares se le recordase por los siglos de los siglos como EL TÍO DEL SACO. Vaya herencia, podemos sentirnos orgullosos. Podríamos argumentar y con razón que no fuimos los únicos. Es verdad, pero ya se sabe aquello de: MAL DE MUCHOS CONSUELO DE TONTOS.
ResponderEliminarGracias Jesús por mantener fresca la memoria colectiva.